LA CAÍDA – LA CHUTE (1956)
Albert Camus
por: Diego Yépez
Jean Baptiste Clamence, abogado devenido en “juez penitente” bajo la opresión del colapso de un occidente de posguerra, es heredero, en variante moralista, de Hamlet y Raskolnikov. Vinculado además con el narrador sin nombre de Memorias del subsuelo, desglosa su monólogo hacia una variación estética de la misantropía, en cuya escala de valores impera el donjuanismo satisfecho, a manera de suplantación de la divinidad, en el apogeo del clima intelectual donde “Dios ha muerto”. A diferencia de antihéroes de la literatura francesa como Antoine Roquentin (Sartre), Ferdinand Bardamu (Céline), o Bruno (Houellebecq), Clamence es un ser que transita por el mundo sin contratiempos: inteligencia y potencia física le permiten desplegar una dominación nietzscheana, que se hunde cuando la carcajada revela el absurdo de la existencia del individuo, sea cual sea su papel en el escenario. Y aquí está el error de Camus, hace de Jean Baptiste una caricatura mesiánica que no pudo transvalorar la influencia del cristianismo.
“No puedo prescindir, no puedo privarme de esos momentos en los que uno de ellos se desploma, con la ayuda del alcohol, y se golpea el pecho. Entonces me engrandezco, querido amigo, me engrandezco, respiro libremente, estoy en lo alto de la montaña, y la llanura se extiende bajo mis ojos. ¡Qué embriaguez, ésta de sentirse Dios padre, y de distribuir certificados definitivos de mala vida y de malas costumbres! Reino entre mis ángeles viles, en la cima del cielo holandés y, saliendo de las brumas del agua, veo subir hacia mí la multitud del Juicio Final.”
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