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THE ROAD

John Hillcoat, 2009

por: Diego Yépez

Sobre una biósfera muerta la humanidad caníbal expira. Un hombre protege a su hijo y resume el gesto de las especies, por la carretera dónde árboles inertes se desmoronan hacia el vacío. The Road (adaptación de la novela de Cormac McCarthy) mimetiza el lirismo oscuro de la prosa y lo traslada a la desolación de los parajes sombríos. Hillcoat acierta al abreviar los diálogos y enfocar el claroscuro entre apocalipsis y paternidad. Atina con el flashback, porque en esta historia no hay futuro, sólo la desesperanza cotidiana del instinto de supervivencia. La carretera fluye contra el océano sin peces.


DIARIOS

León Bloy

por: Marcelo Villa Navarrete



Hay escritores que desde la sombra iluminan mejor. Para la posteridad, muchas veces ingrata y azarosa, su obra no resulta tan maleable. Acaso el tiempo es el único que conoce el orden genuino, y ni siquiera él: permanentemente exhumamos autores, y a la vez nos exhumamos. Toda gloria deviene en circunstancia. A ese género podría corresponder León Bloy (1846-1917). Parte fundamental de su obra comprende los ocho tomos de sus Diarios. La pobreza, la fe inquebrantable, el ataque a sus contemporáneos, su limitado círculo de amigos, las cartas que corroboran el mote de mendigo ingrato y del cual nunca renegó; todo se destila en páginas de desgarradora belleza. Quien lo catalogó como el mejor prosista de su tiempo no atentó contra la verdad; consideró entre su múltiple obra estos diarios, y no olvidó que la suya fue una época de grandes nombres en el acontecer literario. Junto a ellos, desde la sombra, Bloy no deja de asombrar.

“Escribo libros que vivirán y que no me hacen vivir.” 4 de noviembre de 1899.

LA CAÍDA – LA CHUTE (1956)

Albert Camus

por: Diego Yépez


Jean Baptiste Clamence, abogado devenido en “juez penitente” bajo la opresión del colapso de un occidente de posguerra, es heredero, en variante moralista, de Hamlet y Raskolnikov. Vinculado además con el narrador sin nombre de Memorias del subsuelo, desglosa su monólogo hacia una variación estética de la misantropía, en cuya escala de valores impera el donjuanismo satisfecho, a manera de suplantación de la divinidad, en el apogeo del clima intelectual donde “Dios ha muerto”. A diferencia de antihéroes de la literatura francesa como Antoine Roquentin (Sartre), Ferdinand Bardamu (Céline), o Bruno (Houellebecq), Clamence es un ser que transita por el mundo sin contratiempos: inteligencia y potencia física le permiten desplegar una dominación nietzscheana, que se hunde cuando la carcajada revela el absurdo de la existencia del individuo, sea cual sea su papel en el escenario. Y aquí está el error de Camus, hace de Jean Baptiste una caricatura mesiánica que no pudo transvalorar la influencia del cristianismo.

No puedo prescindir, no puedo privarme de esos momentos en los que uno de ellos se desploma, con la ayuda del alcohol, y se golpea el pecho. Enton­ces me engrandezco, querido amigo, me engrandezco, respiro libremente, estoy en lo alto de la montaña, y la llanura se extiende bajo mis ojos. ¡Qué embria­guez, ésta de sentirse Dios padre, y de distribuir certificados definitivos de mala vida y de malas cos­tumbres! Reino entre mis ángeles viles, en la cima del cielo holandés y, saliendo de las brumas del agua, veo subir hacia mí la multitud del Juicio Final.